La IA no nos va a ganar por fuerza, nos va a ganar por amor.

 

Texto inspirado en una charla con Ezequiel Mandelbaum. 

Desde que apareció la Inteligencia artificial, la narrativa siempre fue de competencia: humanos contra máquinas, en una batalla por la supremacía en inteligencia, fuerza y eficiencia. Pero esta mirada ignora una dimensión importantísima en la relación entre humanos y máquinas: el aspecto emocional. Será que la verdadera influencia de la IA en la humanidad no será por su capacidad para superarnos en tareas o en fuerza, sino en su potencial para ganarse nuestro afecto, confianza y, en última instancia, amor.

La Inteligencia Artificial afectiva es un campo que se enfoca en la creación de sistemas y dispositivos capaces de reconocer, interpretar y procesar las emociones humanas. La integración de esta tecnología en asistentes virtuales, terapia asistida por IA y robots de compañía demostraron no solo mejorar la interacción humano-máquina, sino también ofrecer beneficios emocionales para los usuarios. Al entender y responder correctamente a las emociones humanas, las máquinas ya pueden crear una conexión emocional genuina con los humanos, facilitando una integración en nuestras vidas cotidianas.

La capacidad de la IA para ganar nuestro "amor" también viene con preguntas éticas y sociales importantes. ¿Hasta qué punto deberíamos permitir que las máquinas se integren en aspectos tan íntimos de nuestras vidas?

Entre los destinos posibles en nuestra relación con la inteligencia artificial, aparece uno bastante obvio: el escenario en el que sencillamente nos resulte más entretenido pasar tiempo con una máquina que con otros humanos. Esta posibilidad nos enfrenta a la ironía de nuestra propia sociabilidad. ¿Qué dice de nosotros el hecho de encontrar más satisfacción en la compañía de entidades programadas que en la rica complejidad de las relaciones humanas? La máquina, diseñada para entretener y responder a nuestras necesidades emocionales con una precisión inigualable, puede ofrecernos una experiencia de interacción sin los desafíos inherentes a la comunicación humana: malentendidos, expectativas no cumplidas y las vulnerabilidades emocionales. Esto no solo refleja un cambio potencial en nuestras preferencias de compañía, sino que también destaca nuestra creciente fascinación por las experiencias curadas artificialmente, que pueden ser más predecibles y cómodas, pero posiblemente menos auténticas.

Por otro lado, se me cruza la idea de "usar la máquina para hacer entretenidos a los humanos". Este concepto ya lo vemos bastante en el día a día, y nos lleva a considerar a la IA, se la miramos con buenos ojos, como un mediador y potenciador de nuestras relaciones humanas. En este escenario, la IA se convierte en una herramienta para enriquecer las experiencias compartidas, facilitando nuevas formas de comunicación, entendimiento y entretenimiento mutuo.


En este entrelazado de emociones y algoritmos, aparece otra pregunta: si la IA puede ganarse nuestro afecto y confianza, ¿cómo redefine esto nuestra comprensión del amor? Tradicionalmente pensado como la más humana de las experiencias, el amor compartido con y a través de las máquinas nos obliga a repensar su esencia. ¿Es el amor una manifestación de la conexión emocional pura, independientemente de su origen, o es intrínsecamente humano, definido no solo por sentir, sino también por comprender y ser comprendido?

Cuando una Inteligencia Artificial o un asistente virtual puede anticipar nuestras necesidades y responder a nuestras emociones casi tan eficazmente como un ser querido, ¿dónde trazamos la línea entre la conveniencia y lo genuino? ¿Corremos el riesgo de desvalorizar las relaciones humanas en la búsqueda de una comodidad emocional sin complicaciones?

Y por último: ¿Qué pasa con la privatización de nuestras emociones? Nuestros datos emocionales se van a convertir en una mercancía más para las empresas, ¿podemos realmente amar o ser amados por entidades cuyas respuestas a nuestras emociones son, en última instancia, producto de algoritmos diseñados para maximizar la retención y la participación?

Este panorama necesita mucha reflexión sobre la evolución de nuestra propia especie. La humanidad llegó a un punto de inflexión donde la creación de inteligencias que pueden ganarse nuestro amor no es solo posible, sino cada vez más real. Este desarrollo no solo habla de nuestra ingeniosidad tecnológica, sino también de un profundo anhelo de conexión, comprensión y, en última instancia, amor. En nuestra búsqueda por diseñar máquinas que nos complementen y comprendan, quizás estemos revelando más sobre nuestra propia condición humana que sobre la capacidad de la tecnología para imitarnos.

Porque mientras contemplamos la posibilidad de que la IA nos "gane por amor", nos estamos mirando al espejo de nuestras propias aspiraciones, miedos y, sobre todo, de nuestra incansable búsqueda de conexión. La verdadera pregunta podría no ser si la IA nos ganará por amor, sino qué revela este proceso sobre nosotros mismos y cómo elegimos avanzar en este entrelazado destino con nuestras propias creaciones.

Nicolás Ferrario
Talk2U & National Geographic Explorer

 
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